Tecnocesarismo

 Giuliano da Empoli

Giuliano da Empoli: "Los populistas como Trump y los magnates como Musk comparten su odio al sistema, la democracia y las viejas formas de autoridad"

El sociólogo italiano alerta de la fusión de populismo y tecnología en un nuevo fenómeno: el 'tecnocesarismo': "Los nuevos líderes no quieren someterse a ninguna regla que los limite"

El personaje interpretado por Dustin Hoffman deambula despistado por el borde de la piscina con un vaso en la mano mientras sonríe vagamente a los invitados. Tiene veintidós años, acaba de salir de la universidad y sus padres han organizado una fiesta en su honor. Pero él está confuso, no tiene ni idea de qué hacer con su vida a continuación. De pronto, el enérgico señor McGuire, un amigo de su padre, le arrincona en una esquina: "Solo quiero decirte una cosa. Solo una cosa". "Sí, señor". "¿Me estás escuchando?". "Sí, señor, le escucho". "Plástico". «¿Cómo dice, señor?". " Hay un gran futuro en el plástico. Piénsalo".

Asegura Giuliano Da Empoli (1973) que los liberales europeos que hoy responden de forma similar al señor McGuire a la pregunta sobre el futuro -aunque en lugar de "¡plástico!", exclaman "¡renovables!" - han entendido igual de mal la inquietud que atenazaba al joven protagonista de El graduado (1967) y que atenaza hoy de la misma forma a un mundo roto: ¿cuál es el objetivo de todo esto? Y, mientras tanto, entre los pasillos del Kremlin y los ventanales de Silicon Valley ha surgido una propuesta para dotar de sentido a la vida de la gente que con el advenimiento de Trump II ha cogido un poderosísimo impulso.

Este proyecto imperial ha identificado a la Unión Europea y sus instituciones como el principal obstáculo para sus planes. La batalla, por tanto, no es solo política y económica, sino filosófica y cultural, una carrera mortal entre la política y la tecnología para decidir si seguiremos siendo los amos de las máquinas o sus siervos.

Sí, tal vez sea perversa, nociva, antidemocrática. Qué importa. Está ganando.

Si en novelas como El mago del Kremlin -cuya adaptación al cine se acaba de estrenar en el Festival de Venecia- Da Empoli nos abrió las puertas del laboratorio ideológico de Putin, ahora cartografía el siguiente paso: el tecnocesarismo, la fusión de la aceleración tecnológica sin límites y la reacción populista que hoy camina sobre las piernas del hipnótico dúo Trump-Musk. Una nueva teoría de la felicidad basada en el uso sin límites del poder y la adhesión de las masas a un nuevo Leviatán: la máquina algorítmica gobernada por la inteligencia artificial

Da Empoli es un brillante sociólogo y ensayista italosuizo, fundador del think tank Volta, profesor en la Universidad de Milán y director de la versión impresa de El Grand Continent, una imprescindible revista multilingüe (tiene versión online en español) de análisis de la actualidad. Su nuevo libro en castellano, El imperio en la sombra (Arpa) recoge los más actuales y sugestivos artículos publicados recientemente en una publicación que busca, como él mismo la describe, "inyectar el debate académico y el conocimiento en la esfera pública". Conversamos con él por videoconferencia para descifrar las claves de una revolución invisible que ya está aquí.

'El imperio en la sombra' advierte de una nueva teoría de la felicidad que se ha desarrollado "entre el Kremlin y Silicon Valley": el 'tecnocesarismo'. ¿Es esta alianza entre la aceleración tecnológica y el autoritarismo reaccionario el verdadero rostro del poder en el siglo XXI, o solo una perturbación pasajera que nos ha tocado vivir?
Se trata de un fenómeno estructural, un gran impulso para un cambio de régimen. Lo interesante es que une a dos categorías distintas. Por un lado, están los líderes populistas nacionales como Donald Trump o Nayib Bukele, figuras que parecen premodernas. Para entenderlos no sirve la ciencia política de las últimas décadas, sino los clásicos romanos como Tácito o Suetonio. Representan una cara antigua del poder: fuerza bruta, agresión y valores tradicionales. Lo novedoso es que su ascenso es posible gracias a una nueva arena, el espacio digital, y a sus actores: los señores de la tecnología. Ellos, en cambio, son posmodernos, incluso poshumanos.
¿Y por qué se han convertido en aliados
Ambos grupos tienen una convergencia natural: quieren acabar con las viejas élites y no someterse a ninguna regla que los limite. Son insurgentes que buscan «ir rápido y romper cosas», como rezaba el primer lema de Facebook. Ahora es más obvio que antes, como vemos con Elon Musk participando en reuniones de extrema derecha. Lo que tienen en común es su odio al sistema, a la democracia liberal y sus límites, a las élites políticas, a los medios tradicionales y a las viejas formas de autoridad. Por eso existe una gran convergencia entre esta élite premoderna y la posmoderna.
Pero, ¿la fusión entre élites tecno-capitalistas y periferias culturales que habría dado la mayoría a Trump no es antinatural e inestable, como demuestra su brusca ruptura con Musk?
Sí. Iván Krastev dice algo muy inteligente al respecto: en una revolución, sus participantes no necesitan compartir la misma idea de futuro. El discurso de Elon Musk en Londres a los nacionalistas es un buen ejemplo. El momento embarazoso fue cuando les habló de un «futuro hermoso de robots» al estilo Star Trek; dudo que esa fuera la perspectiva que el público esperaba. Pero, como señala Krastev, no necesitan estar de acuerdo en el objetivo final. Solo necesitan coincidir en que su momento ha llegado y en que quieren acabar con el sistema actual. Y en eso están de acuerdo. La síntesis posterior es difícil, pero alguien como el vicepresidente J.D. Vance podría ser la encarnación de esa fusión: proviene de un entorno obrero y humilde del Medio Oeste y, al mismo tiempo, es un hombre de la industria tecnológica.
¿Y cómo afectaría a este paradigma que propone su libro la posibilidad de que estemos a las puertas de un segundo invierno de la inteligencia artificial, una gigantesca burbuja que reventará cuando todos acepten que no se puede llegar a la AGI (la ansiada Inteligencia Artificial General, superior a la humana) desde la GAI (la actual tecnología que utilizan modelos como ChatGPT o Gemini)?
No creo que implicara una gran diferencia. Lo que está sucediendo ahora es un proceso a largo plazo: la cotidianidad de nuestras vidas se está trasladando progresivamente a la esfera digital. Se ha convertido en la interfaz global con la que nos relacionamos con el mundo, con los demás e incluso con nosotros mismos. El problema es que nuestra vida pública abandona así un entorno regulado y democrático para entrar en un espacio sin reglas. Por eso lo llamo una «Somalia digital»: es como un estado fallido donde solo los señores de la guerra imponen la ley en función de su poder. La IA es simplemente una aceleración de este proceso, lo hace todo más potente. Por tanto, un «invierno» o una desaceleración en su desarrollo sería algo natural dentro del ciclo tecnológico, pero no alteraría esta tendencia de fondo.
La pieza firmada por Jianwei Xunque que recoge su libro describe la hipnocracia: un régimen que modula estados de conciencia. Pero, como descubrimos recientemente, Jianwey Xun no es alguien real sino una personalidad inventada con IA por el profesor italiano Andrea Colamedici. ¿Revela este experimento que estamos condenados a vivir en un mundo de fantasmas en el que ya no podamos distinguir lo real de lo falso?
Sí, aunque este experimento no sea la revelación definitiva. Nos movemos hacia una situación en la que las realidades se multiplican y el límite entre lo real y lo artificial se desdibuja cada vez más. No es una observación muy original, pero es evidente que está sucediendo. Personalmente, tengo una doble visión al respecto: como ciudadano y miembro del consejo del canal cultural Arte, lo considero una gran amenaza para la política, la gobernanza y el futuro de nuestra sociedad. Sin embargo, como autor de ficción, no me siento amenazado; al contrario, creo que abre enormes oportunidades creativas. Aunque existen ambas caras, admito que me preocupan más las amenazas.
Si la deriva autoritaria en Estados Unidos se acelerara tras el asesinato de Charlie Kirk, como amenazan los republicanos, ¿podría una oposición demócrata sin norte y una sociedad civil cada vez más frágil ejercer una verdadera resistencia?
Por desgracia, la resistencia que hemos visto hasta ahora es sorprendentemente débil. En mi libro lo explico con la idea de que el Partido Demócrata es el partido de los abogados, lo que refleja un enfoque legalista de la política. Creen que la democracia se basa en leyes y procedimientos, lo cual es cierto, pero confían en que esta revolución política será detenida por los jueces o los tribunales. Ya esperaban que Trump no se pudiera presentar a la reeleción por sus juicios y ahora vuelven a pensar que la justicia lo detendrá. Es una respuesta muy débil ante una embestida tan potente. La herramienta de líderes como Trump, en cambio, es lo que yo llamo el milagro político. Su argumento se dirige a la gente que cree que el sistema está bloqueado y que nada cambia, votes a quien votes. En teología, un milagro es Dios eludiendo las leyes de la naturaleza para producir un resultado. El milagro político es el líder rompiendo las reglas para, supuestamente, obtener resultados: imponer aranceles para recuperar la industria, deportar inmigrantes, etc. Es un argumento muy poderoso, amplificado por el entorno digital, y la reacción en su contra, por ahora, es políticamente muy débil
¿Cree que existe el riesgo de que, además de romper las reglas, rompan el tablero?
Ese es, básicamente, el resultado final. Por eso hablaba al principio de cambio de régimen. La idea, consciente o inconsciente, pasa por cambiar la forma en que se gobiernan nuestras sociedades, obviar los controles y equilibrios de la democracia liberal y avanzar hacia, digamos, una democracia iliberal. Y posiblemente incluso algo que ya no sea una democracia en el futuro.
¿Cuánto de mito o realidad debe el colapso liberal al llamado 'wokismo' y qué ideas podrían sacar al liberalismo del pozo? ¿Tal vez Zohran Mamdani, aspirante demócrata a la alcaldía de Nueva York, señale ese camino?
Creo que cierta cultura de la izquierda, a veces histérica, es problemática. Esta tendencia a convertir la lucha contra la discriminación en una nueva forma de discriminación, supuestamente a favor de las minorías, es un error estratégico. Para proteger a las minorías en una democracia, sigues necesitando el apoyo de una mayoría, y los demócratas parecen haber olvidado cómo se consigue. En cuanto a Zohran Mamdani, valoro la energía que ha sabido capturar con un estilo populista muy diferente al de Trump. Sin embargo, su base electoral es muy peculiar y se limita a Nueva York. Por tanto, ¿es esa la fórmula para recuperar una mayoría en todo el país o para los progresistas del mundo? No lo creo. Quizás contenga algunos ingredientes útiles, pero definitivamente no es la receta completa.
¿Y cuál sería?
En primer lugar, hay que recordar lo que decía Keynes: lo que sucede no es lo inevitable, sino lo imprevisto. La política es volátil y, por tanto, es absolutamente posible ganar, especialmente frente a alguien como Trump. A pesar de ser un animal de poder al que no hay que subestimar, tiene fragilidades evidentes: es corrupto, genera contratiempos constantes y obtuvo malos resultados con una economía fuerte. No es invencible. Pero para ganarle hay que «hacer política». El problema, que también afecta a los políticos europeos, es esa cultura del «partido de los abogados» que cree que se gana con diapositivas de PowerPoint o invocando a los jueces. No se gana así: hay que abordar los problemas reales de la gente y ser político, algo que no veo mucho por ahora. Finalmente, y esto es clave sobre todo para los europeos, necesitamos regular la esfera digital. Debemos imponer las reglas de nuestra democracia a ese espacio para que deje de ser una «Somalia digital» y se convierta en una arena que también nos pueda unir, no solo polarizar. Es técnicamente factible; solo se necesita la fuerza política para llevarlo a cabo.
Su libro explora las ruinas del mundo en el que se espera que el Sr. McGuire de Europa envejezca. Ante estos nuevos imperios y la amenaza que suponen para los valores democráticos, ¿dónde pone la esperanza? En su opinión, ¿cuál será el primer acto de libertad que Europa podría emprender para empezar a imaginar un futuro alternativo?
En realidad, Europa es uno de los lugares más deseables del mundo, en el sentido de que, si le preguntas a la gente de todo los países dónde les gustaría vivir, generalmente responden que en Europa. Eso ya lo tenemos, así que lo siguiente que tenemos que plantearnos es: ¿cómo trasladamos ese modelo de vida al nuevo mundo digital y a la inteligencia artificial? Ahora que nuestras vidas se mueven a esa dimensión, ¿cómo desarrollamos nuestro propio modelo en ella, en lugar de aceptar que se nos imponga uno ajeno con reglas y valores distintos? En cierto modo, es un desafío fantástico, porque requiere mucha creación, imaginación, emprendimiento... Es un desafío fantástico y es algo que podemos lograr, como la historia nos ha enseñado. La imprenta se inventó como una misma tecnología difundida por todas partes pero produjo efectos completamente distintos en la China imperial, en la Europa de la Reforma y en el mundo islámico. El impacto de la tecnología no es determinista. Por eso, debe ocurrir lo mismo ahora. Los chinos tienen su modelo. Los americanos tienen su modelo. Nosotros necesitamos un modelo europeo
Giuliano da Empoli: "Los populistas como Trump y los magnates como Musk comparten su odio al sistema, la democracia y las viejas formas de autoridad" | La Lectura



-Para entender a los nuevos líderes populistas no sirve la ciencia política de las últimas décadas, sino los clásicos como Tácito o Suetonio. Representan una cara antigua del poder: fuerza bruta, agresión y valores tradicionales. Lo novedoso es que su ascenso es posible gracias a una nueva arena, el espacio digital, y a sus actores: los señores de la tecnología. Ellos, en cambio, son posmodernos, incluso poshumanos.
-La cotidianidad de nuestras vidas se está trasladando a la esfera digital. Se ha convertido en la interfaz global con la que nos relacionamos con el mundo, con los demás e incluso con nosotros mismos. El problema es que nuestra vida pública abandona así un entorno regulado y democrático para entrar en un espacio sin reglas, una «Somalia digital»: es como un estado fallido donde solo los señores de la guerra imponen la ley en función de su poder. La IA es simplemente una aceleración de este proceso.
-El Partido Demócrata es el partido de los abogados. Creen que la democracia se basa en leyes y procedimientos, lo cual es cierto, pero confían en que la revolución política de Trump será detenida por los jueces o los tribunales. Ya esperaban que no se pudiera presentar a la reeleción por sus juicios y ahora vuelven a pensar que la justicia lo detendrá. Es una respuesta muy débil ante una embestida tan potente.
-Cierta cultura de la izquierda, a veces histérica, es problemática. Esta tendencia a convertir la lucha contra la discriminación en una nueva forma de discriminación, supuestamente a favor de las minorías, es un error estratégico. Para proteger a las minorías en una democracia, sigues necesitando el apoyo de una mayoría

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