El buenismo

 Tengo un problema con la gente que quiere hacer del mundo un lugar mejor. Así, a lo grande. Más bien, mi problema es con las personas que sé que están haciendo eso (que lo comunican). Mi problema es que los incentivos para mostrar que quieres hacer del mundo un lugar mejor son muy altos, no tanto por lo bien que le pueda ir al mundo, sino por lo tocante al propio estatus. Dicho en román paladino: no sé si hay postureo o sinceridad. Sobre todo porque el postureo entre las personas moralmente elevadas es muy común. La señalización de la virtud es una tendencia tan común como, en ocasiones, inconsciente. 

Nada que decir si uno posturea moralmente pero efectivamente hace del mundo un lugar mejor. 

El quid de la cuestión es que, dada la arquitectura de incentivos, hacer del mundo un lugar mejor es irrelevante. Incluso se puede estar haciendo del mundo un lugar mucho peor. Las buenas personas, entonces, serían peores que las malas personas, porque no estarían etiquetadas como tal y daríamos carta de naturaleza de una forma mucho más alegre a sus dislates.

 En ese sentido, Robert Nozick ya introdujo el concepto de utilidad simbólica para distinguir aquellas acciones cuya satisfacción proviene de su valor expresivo, más que de sus efectos tangibles. Según su definición, una acción posee utilidad simbólica cuando "simboliza una determinada situación, y la utilidad de esta situación simbolizada se imputa de nuevo, a través de la conexión simbólica, a la acción misma" (Nozick, 1993). La clave aquí no es la eficacia real del acto, sino el significado que transmite, incluso cuando se ha demostrado que no tiene un impacto causal en el fenómeno que pretende abordar. Nozick señala que esta racionalidad expresiva es particularmente evidente en políticas públicas que persisten pese a su ineficacia manifiesta. 

Un ejemplo clásico es la continuidad de ciertos programas antidrogas, aun cuando la evidencia indica que no reducen el consumo de sustancias ilegales. Su permanencia no responde a su impacto real, sino a su capacidad de simbolizar la preocupación social por el problema. Este mismo mecanismo se encuentra en muchas acciones contemporáneas relacionadas con el cambio climático: más importante que su efectividad es la señal que envían sobre la identidad moral del individuo.

 O con las terriblemente mal diseñadas políticas DEI, que promueven justo lo que dicen combatir. 

Comprar libros que jamás serán leídos para proyectar una imagen intelectual o adoptar dietas ecológicas que generan más satisfacción simbólica que efectos ambientales concretos son manifestaciones de esta lógica. La lógica de las personas buenas que son mucho peores que las personas malas.

https://x.com/SergioParra_/status/1887125153747710019

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