Pues amarga la verdad

 

Pues amarga la verdad

Pues amarga la verdad
Donadl Trump sostiene una espada en un baile en honor a su investidura. | Daniel Cole (Reuters)

Que Trump haya vuelto a ser presidente de los EE UU es algo que no resulta fácil de digerir para muchas personas, estén en la posición que estén del arco ideológico. Desde luego es motivo de hondo disgusto para cualquier izquierdista, pero también para muchos que se sienten conservadores y defensores de la democracia liberal.

Los progresistas ven en Trump a un auténtico demonio, a un personaje capaz de seducir a 80 millones de votantes con sugerencias y propósitos que les parecen vilipendiables, a un tipo que no vacila a la hora de derribar los tópicos más venerados de la izquierda de ahora, como su desdén absoluto ante lo que llaman apocalipsis climático, su apuesta por el crecimiento o sus promesas de aplicar la fuerza y el poder que tendrá para incrementar el imperio americano.

Desde el centro y la derecha, tanto en Europa como en los propios EEUU, lo que se teme es que Trump acentúe el desprestigio y la disfuncionalidad de los ideales de la democracia liberal, los límites al poder de un solo hombre que están implícitos en sus principios y que favorezca el aumento del populismo y del autoritarismo que asoman en muchos lugares.

Si pensamos en España reconoceremos inmediatamente que Trump es una figura desconcertante pues muestra la misma actitud ante el poder y la misma falta de respeto a sus límites, a lo que dice la ley, que cultiva nuestro Sánchez, pero se apoya en una visión del mundo antitética. Las diferencias están en otra parte, en que Sánchez no tiene el poder que querría mientras que a Trump no le va a hacer falta comprar Telefónica con un dinero que no es suyo.

Trump va a gobernar en una democracia en la que está muy arraigada la costumbre de que cada cual tiene que cumplir con sus obligaciones y está seguro de que nadie se va a atrever a arrebatarle sus derechos, los de verdad, porque los jueces están allí para evitar estas cosas. Aquí no pasa exactamente lo mismo, hay muchos que se inclinan a servir al poder político más allá de su dignidad y sus obligaciones legales, incluso si llegan a ocupar, y es un mero ejemplo, la Fiscalía General del Estado. La destrucción de la democracia desde dentro va a ser más difícil en los EEUU que lo que pueda pasar con nosotros.

Otra diferencia española con lo que está pasando en los EEUU es también muy digna de destacar: está por ver hasta dónde podrá llegar Trump en sus promesas de mayor enjundia mientras que aquí hemos visto que Sánchez está haciendo cada día cosas de las que nunca habló a los electores, pero la devotio ibérica, la fidelidad perruna de los hispanos a su líder, de la que ya hablaron Tito Livio y Plutarco, ha hecho que, hasta ahora, sus seguidores no hayan caído en el desánimo y sigan aprobando, incluso con entusiasmo, los cambiazos de un jefe que no parece ocuparse en otra cosa que en seguir amarrado al poder, mientras que nadie imagina a Trump haciendo lo contrario de lo que ha prometido por mucho que en la opinión pública empezase a perder enteros.

En política hacer interpretaciones es casi tan arriesgado como hacer profecías, pero de algo hay que hablar. Lo razonable es suponer que buena parte de los millones de norteamericanos que han apostado por Trump esperan que el nuevo presidente sea capaz de mejorar la gestión, que no fue mala, del anterior cuatrienio, aprenda a sujetarse, sepa negociar y pueda conseguir que los EEUU abandonen lo que muchos toman por un largo proceso de decadencia americana para adentrarse de nuevo en una época dorada.

Cualquiera que haya frecuentado los EEUU en los últimos decenios habrá podido comprobar hasta qué punto era corriente ese sentimiento de decadencia que se ha visto incrementado por las políticas woke en la medida en que representaban una negación radical del pasado de esa gran nación. Sin national pride no es posible hacer ninguna política grande, en especial si estás, más o menos, a la cabeza del mundo y ese sentimiento está, sin duda, detrás de una gran parte de los numerosos electores que han abandonado a la carrera las propuestas ideológicas de los demócratas.

En cuanto a la posición internacional de los EEUU es engañoso pensar que Trump vaya a hacer algo distinto a lo que viene siendo la estrategia de fondo del Departamento de Estado desde, por lo menos, el primer Obama. Que en Europa nos hayamos resistido a contemplar esta verdad es una consecuencia de lo cómodos que estábamos bajo el paraguas militar americano que, además, nos permitía gastar en otras cosas y presumir, por ejemplo, de Estado de bienestar frente a la barbarie y cosas así.

Los lujos morales acaban por tener un alto precio y Europa, no digamos el Reino Unido, se resiste todavía a reconocer lo poco que somos y afrontar en consecuencia los programas que nos permitirían volver a ser algo más importantes. Los EEUU se fijan en el Pacífico más que en el Atlántico, entre otras cosas porque los flujos comerciales desde ese costado hace ya muchos años que superaron a los de esta orilla.

En Europa no sólo no tenemos ningún Elon Musk sino que muchos pensadores de izquierda se apresuran a sugerir que es idiota, tan memo que incluso ha apoyado al Trump que va a acabar con el paraíso regulatorio que trata de imponer al coche eléctrico lo que, según ellos perjudicaría a la propia Tesla, la joya empresarial del personaje. Los listos que piensan así confunden a Musk creyendo que es un ecologista cuando sólo es un empresario de éxito. Ni siquiera les cabe en la cabeza que Musk haya hecho cuentas y piense que las rebajas regulatorias que puede conseguir beneficien más a cualquier empresario, y a él también, que las políticas subvencionales que, para empezar, gastan enormidades en el mero aparato de reparto y son el mejor caldo de cultivo de la arbitrariedad y el despilfarro.

Parece que Europa tendría que revisar, por ejemplo, su política cafetera, de la norma CAFE (Emisiones de Combustible Medias Corporativas, por sus siglas en inglés) que es el invento europeo para reducir las emisiones medias de CO2, y que seguramente le vaya a dar muchos dólares a Tesla, si no quiere acabar de una vez con la ya apaleada industria europea del automóvil. Es lo que tiene gobernar mirando a las cosas en lugar de dedicarse al postureo y a quedar bien.

La llegada de Trump no va a producir sólo un intercambio fogoso de opiniones, nos obligará a cambiar muchas cosas y eso no tiene que ser siempre malo. Nuestra derecha que dice ir al tran-tran, con los malos resultados que están en la mente de todos, parece que podría aprender bastante pero cabe que quiera seguir apostando por su insípida forma de hacer política. Sánchez seguirá a lo suyo, no tiene otra cosa, pero la foto en Washington la tendrá más complicada que nunca, y pondrá cara de que no le importa.

José Luis González Quirós es filósofo y analista político. Su último libro es 'La virtud de la política' (Unión Editorial).

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